Los muros de Marrakech guardaron celosamente uno de sus mayores tesoros durante casi 300 años. Las tumbas saadíes, joyas arquitectónicas del siglo XVI, permanecieron ocultas bajo el velo del tiempo hasta 1917, cuando el ojo mecánico de una cámara aérea francesa reveló su existencia. El destino de este extraordinario mausoleo quedó sellado por decreto del Sultán Mulay Ismail al ocaso del siglo XVII, convirtiéndose en el único vestigio arquitectónico que sobrevive para narrar la grandeza de la dinastía saadí en Marrakech.
Las Tumbas Saadíes se encuentran ubicadas en el barrio de Kasbah. Fueron construidas por el sultán Ahmad al Mansur (1578-1603). Luego,Fueron redescubiertas y restauradas en 1917. Las tumbas representan un bellísimo cementerio real. Hoy las tumbas Saadíes son uno de los lugares más visitados de la ciudad.
El sagrado recinto, custodiado por la silueta de la Mezquita de la Kasbah, resguarda los restos mortales de más de 60 miembros de la noble estirpe saadí. Entre sus silenciosos habitantes descansa el poderoso Sultán Ahmad al-Mansur junto a su linaje real. La época dorada del mausoleo, que floreció entre 1578 y 1603, dejó como testimonio un deslumbrante ejemplo del genio arquitectónico marroquí.
La majestuosa Sala de las 12 Columnas, labrada en el más fino mármol de Carrara, emerge como la joya más resplandeciente de este conjunto. El reconocimiento mundial llegó en 1985, cuando la UNESCO proclamó este tesoro oculto como parte del Patrimonio de la Humanidad, celebrando así su incomparable valor histórico y artístico.
Existen dos mausoleos: El principal consta de tres salas. La más famosa es la central. El segundo mausoleo fue construido por Ahmad al-Mansur para la tumba de su madre Lalla Messauda y es de forma cuadrada con dos salas laterales.
El mausoleo comprende los restos de unos sesenta miembros de la Dinastía Saadí, entre los cuales están los de Áhmad al-Mansur y su familia. En los jardines que comunican los dos edificios se encuentran tumbas de soldados y sirvientes.
Los vientos del siglo XVI trajeron consigo el amanecer de una nueva era para Marruecos. La dinastía saadí emergió como un faro de esplendor, moldeando el reino en un brillante centro donde el poder, la cultura y el comercio florecían en perfecta armonía. Durante más de cien años, el territorio marroquí conoció una prosperidad sin igual, mientras sus ciudades se engalanaban con joyas arquitectónicas que aún hoy despiertan admiración.
Los pasillos del tiempo resuenan con las hazañas de Ahmad al-Mansur, el hijo predilecto de Fez nacido en 1549. Su reinado, extendido desde 1578 hasta su último aliento en 1603, marcó la cúspide del poderío saadí. Las páginas de la historia marroquí relatan sus proezas militares, desde la expulsión de las fuerzas portuguesas hasta la férrea defensa contra el imperio otomano.
El ingenio diplomático de al-Mansur brilló con igual intensidad que su espada, preservando la soberanía marroquí ante las ambiciones otomanas. Su apodo, "El Dorado", no solo reflejaba su gusto por el lujo, sino que se materializaba en monumentales obras arquitectónicas. El Palacio al-Badi, cuyo nombre proclamaba "lo maravilloso", se alzó como testimonio pétreo del renacimiento marroquí.
Entre los pilares del legado saadí destaca la figura luminosa de Lalla Messaouda, madre venerada de al-Mansur. Su santidad y sabiduría dejaron una huella indeleble en la memoria colectiva, cristalizada en la majestuosa Mezquita Bab Doukkala, erigida en 1557.
La Qubba de Lalla Messaouda, un santuario de geometría perfecta con sus dos alas laterales, custodia no solo sus restos sagrados sino también los de Mohammed Cheikh, padre del gran sultán. Este espacio sagrado se convirtió en la semilla de lo que más tarde florecería como el gran mausoleo dinástico.
Marrakech renació bajo el cetro saadí, sus calles y plazas transformadas por una visión arquitectónica sin precedentes. La Ciudad Roja se elevó como un faro cultural y mercantil, donde cada piedra tallada proclamaba la grandeza de sus gobernantes.
Las obras maestras que adornan la ciudad incluyen:
Los maestros artesanos nazaríes, herederos del esplendor de Granada caída en 1492, entretejieron sus técnicas ancestrales con los motivos marroquíes tradicionales. Los grandes complejos socio-religiosos se convirtieron en el corazón palpitante de Marrakech, nutriendo tanto el espíritu ciudadano como el legado eterno de la dinastía saadí.
Los resplandores del imperio saadí comenzaron a apagarse con los primeros rayos del siglo XVII. La muerte de Ahmad al-Mansur en 1603 desató una tormenta de ambiciones fratricidas. El otrora poderoso reino se fragmentó entre herederos sedientos de poder, mientras el hambre y la anarquía devoraban sus entrañas.
El destino final de los saadíes se selló con Ahmad al-Abbas, el postrer sultán de su linaje. Su proclamación como gobernante de Marrakech entre 1653 y 1654, tras el fallecimiento de su padre Mohammed esh-Sheikh es-Seghir, apenas presagió un reinado fugaz y convulso. El drama dinástico alcanzó su clímax sangriento en 1659, cuando la daga de su tío materno, Abdul Karim Abu Bakr Al-Shabani, segó su vida, usurpando brevemente el trono de Marrakech.
El trono vacilante pronto encontró nuevo dueño. Moulay al-Rashid, vástago del patriarca alauita Moulay Alí Sherif, conquistó Marrakech en 1668, enterrando definitivamente el dominio saadí. Este momento crucial marcó el amanecer de la dinastía alauita, cuyo linaje gobierna Marruecos hasta nuestros días.
Mulay Ismail (1672-1727), segundo sultán alauita, emprendió una cruzada metódica para borrar la memoria saadí del paisaje marroquí. Su temperamento despiadado, que le valió el sobrenombre de "El Sanguinario", se manifestó en la destrucción sistemática del legado arquitectónico de sus predecesores.
El soberbio Palacio El Badi, otrora símbolo del poderío saadí, sucumbió piedra a piedra ante su decreto. Sus tesoros emigraron hacia Meknes, proclamada nueva capital imperial en 1675. Sin embargo, ante las tumbas saadíes, Mulay Ismail tomó una decisión enigmática: en lugar de demolerlas, ordenó sellar herméticamente sus puertas.
Los susurros del tiempo sugieren que esta preservación accidental nació del temor a los jinns (espíritus), o quizás del respeto ancestral hacia los recintos mortuorios. Así, mientras otros monumentos saadíes se desvanecían bajo el martillo alauita, las tumbas permanecieron dormidas, custodiadas por gruesos muros y un único pasadizo secreto a través de la mezquita vecina, aguardando en silencio durante tres centurias.
El misterioso sellado de las tumbas saadíes escribe uno de los capítulos más fascinantes en los anales marroquíes. La decisión de Mulay Ismail de preservar este sagrado recinto, mientras otros monumentos caían bajo su mandato, revela una compleja trama de motivaciones políticas y religiosas.
Los muros sagrados de los mausoleos saadíes encontraron salvación en su propia santidad. Milagrosamente escaparon de la "violencia destructiva de Mulai Isma'il", quien eligió sellarlos en lugar de demolerlos. Los susurros antiguos hablan del "miedo a los jinns", aquellos espíritus que moraban entre las tumbas según las creencias populares. Otros señalan "el respeto que todo pueblo tiene a lo que rodea a la muerte" como guardián silencioso de este tesoro arquitectónico.
El acto de sellar, más sutil que destruir, proclamaba un mensaje político magistral. Condenar las tumbas "al ostracismo: ocultándolas a la vista y al recuerdo de los hombres" permitía a Mulay Ismail borrar la memoria saadí sin manchar su conciencia religiosa. Este equilibrio entre olvido y respeto sagrado dibujaba los contornos de una estrategia política refinada.
Mientras las tumbas dormían su sueño sellado, otros testigos pétreos del poder saadí sucumbían ante el tiempo y el decreto real. El sultán alauí "ordenó destruir todos los vestigios de los saadíes", borrando sistemáticamente su huella arquitectónica. El majestuoso Palacio El-Badi, joya de la corona saadí, vio sus tesoros partir hacia Meknes cuando Mulay Ismail "desmanteló poco a poco para trasladar sus riquezas a su nuevo Palacio de Meknes".
La campaña continuó hasta que "saqueó los palacios saadíes y aisló la necrópolis de los edificios que la rodeaban", dejando el paisaje urbano de Marrakech huérfano de memorias saadíes.
Esta danza entre destrucción y preservación revela el ingenio político alauita, donde el pragmatismo religioso bailaba al compás de la determinación por establecer una nueva era, borrando selectivamente las huellas del pasado.
Los albores del siglo XX revelaron uno de los secretos mejor guardados de Marrakech. Las soberbias tumbas saadíes, sumidas en un sueño de tres centurias, aguardaban el momento preciso para mostrar nuevamente su esplendor al mundo.
Los cielos de Marrakech guardaban la llave del misterio. Las autoridades del Protectorado Francés, embarcadas en una misión cartográfica, jamás imaginaron el tesoro que sus cámaras aéreas captarían en 1917. La lente fotográfica desveló un enigmático espacio junto a la Mezquita de la Kasbah, revelando la existencia de un complejo arquitectónico sepultado por el tiempo.
El Service des Beaux-Arts, Antiquités et Monuments historiques, nacido en 1912 con el Protectorado francés, desentrañó la identidad del misterioso hallazgo. Los rumores atribuyen el descubrimiento al general Hubert Lyautey, mas fueron los ojos mecánicos desde las alturas quienes verdaderamente rescataron esta joya arquitectónica del olvido.
Las puertas selladas custodiaban un espectáculo sobrecogedor: las tumbas saadíes permanecían virtualmente intactas, congeladas en el instante de su clausura. La orden de Mulay Ismail, ejecutada siglos atrás, había preservado inadvertidamente la magnificencia original de los mausoleos.
El paso silencioso del tiempo, sin embargo, había dejado su huella. Las estructuras mostraban cicatrices de abandono, aunque el aislamiento forzoso las protegió paradójicamente del saqueo y la destrucción intencionada.
El despertar del monumento exigió nuevos caminos. Los restauradores, desafiando la tradición, tallaron un acceso lateral en lugar de reabrir la entrada histórica por la mezquita. Esta puerta moderna sigue siendo hoy el umbral que da la bienvenida a los visitantes.
El Servicio de Bellas Artes y Monumentos emprendió una delicada labor de restauración. Los artesanos, trabajando desde 1917, estudiaron minuciosamente los elementos supervivientes para recrear las piezas perdidas. Bajo sus manos expertas, las tumbas saadíes recuperaron paulatinamente su gloria ancestral, permitiendo al mundo maravillarse ante uno de los tesoros más exquisitos de la arquitectura marroquí.
Los muros sagrados de las tumbas saadíes narran una historia extraordinaria de supervivencia. Mientras el martillo demoledor de Mulay Ismail reducía a polvo los vestigios de una dinastía, este magnífico mausoleo encontró refugio en las sombras del olvido, preservado por una decisión que rozaba lo providencial.
Los siglos tejieron un manto protector sobre este tesoro arquitectónico. Muros silenciosos y antiguas supersticiones montaron guardia hasta que el ojo mecánico del progreso rasgó el velo del tiempo. Hoy, las tumbas saadíes emergen como ventanas cristalinas hacia una época dorada de Marrakech, donde cada piedra tallada susurra historias de maestría artística y refinamiento arquitectónico.
Este santuario pétreo, coronado con el reconocimiento de Patrimonio Mundial por la UNESCO, proclama una verdad paradójica: los intentos de borrar el pasado pueden convertirse en custodios involuntarios de la memoria. Las tumbas saadíes permanecen erguidas como centinelas eternos, recordando al mundo que la grandeza verdadera resiste incluso los embates más feroces del tiempo y el olvido.
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Las Tumbas Saadíes fueron construidas por orden del sultán Ahmad al-Mansur, el gobernante más famoso de la dinastía saadí, que reinó desde 1578 hasta 1603.
El sultán alauita Mulay Ismail ordenó sellar las tumbas a finales del siglo XVII como parte de su política para borrar el legado de la dinastía saadí. Permanecieron ocultas durante casi 300 años.
Las tumbas fueron redescubiertas en 1917 durante un estudio aéreo francés de Marrakech. Los fotógrafos captaron un gran espacio desconocido junto a la Mezquita de la Kasbah, revelando la existencia del complejo arquitectónico oculto.
Las Tumbas Saadíes son un magnífico ejemplo de la arquitectura marroquí del siglo XVI. Destacan por su belleza arquitectónica, especialmente la Sala de las 12 Columnas construida con mármol de Carrara, y por ser el único legado arquitectónico que perdura de la dinastía saadí en Marrakech.
Hoy en día, las Tumbas Saadíes son un importante sitio histórico y turístico en Marrakech. Fueron declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1985 y ofrecen a los visitantes una visión única del esplendor de la época dorada de la dinastía saadí.